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Los estudios sobre plasticidad en la infancia parecen indicar que partimos de una predisposición determinada genéticamente, pero que el final del desarrollo depende de su interacción con las posibilidades y recursos del entorno.

La clave es facilitar las emociones positivas, prestarles atención y proporcionar los medios para mantenerlas. A continuación, unas buenas prácticas para fomentar la felicidad de los más pequeños:

Incrementar sentimiento de seguridad. Para lograrlo es fundamental el contacto físico (caricias, abrazos, dormir la siesta juntos, jugar). También tenemos que ser sensibles a la hora de percibir las necesidades y emociones del niño para poder satisfacer sus demandas. Cuando un niño se siente seguro, valorado y querido, su visión del mundo y de las relaciones humanas es más positiva y confiada.

Menos NO y más SÍ. Tenemos que distinguir entre el “no” para poner límites o ante peligros importantes y el “no” por hábito ante pequeñas molestias. Si decimos “no” ante cada pequeña conducta que queremos modificar diariamente, estaremos generando negatividad en el niño, además de que afecta a su autoestima al recibir la palabra negativa con tanta frecuencia sobre su persona. Además, cuando decimos “no” debemos enseñar una conducta alternativa a la que queremos evitar, el niño necesita aprender qué puede hacer a cambio, y hacerlo con un lenguaje positivo (por ejemplo: decir “habla más flojito” en lugar de decir “no grites”; decir “prueba a tirar más despacio” en lugar de “no tires tan fuerte”). El lenguaje positivo genera realidades positivas, facilita un ambiente sereno y calmado, y además al enseñar un comportamiento adaptado contribuimos a desarrollar una autoestima saludable.

Limitación del castigo. El castigo genera emociones negativas en quien lo da y en quien lo recibe. Debe utilizarse como último recurso cuando no quedan otras opciones más positivas y creativas. El castigo debe estar dirigido a una conducta concreta (y no a su persona), y debe ir precedido de un aviso previo. Tenemos que asegurarnos que el niño comprende que se le ha castigado por un comportamiento concreto, para que pueda sentirse tranquilo cuando no esté haciendo el comportamiento no deseado.

Juegos antes de ir a dormir. El objetivo es prestar a tención a las cosas buenas y acostarse con un sentimiento positivo y de bienestar. “Los mejores momentos del día”: cada miembro de la familia explica algo bueno (de una a tres cosas) que le ha ocurrido durante ese día. “El país de los sueños”: se pide al niño que imagine una imagen de algo que le hace sentir bien, ha de describirla y nombrarla verbalmente; a continuación se le pide que repita el nombre mientras se duerme y que intente soñar con la imagen.

Fomentar la curiosidad. Los niños ya son exploradores, científicos y curiosos por naturaleza; simplemente tenemos que alimentar su necesidad de saber, de hacerse preguntas y de comprender.

Tener expectativas positivas. Utilizar la profecía autocumplida en positivo, esperar siempre lo mejor de nuestro pequeño y transmitírselo.

Desarrollo de fortalezas. Hay que identificar las fortalezas de cada niño, observar qué es lo que hace bien, con qué disfruta, qué le gusta hacer en su tiempo libre, con qué se queda absorto y fluye. Las fortalezas hay que reconocerlas y ponerles nombre. Y lo más importante, hay que ofrecer oportunidades para que pueda expresarlas. Dedicar tiempo a hacer cosas que nos entusiasman nos hace sentir felices, y proporciona sensación de seguridad.

Utilizar lenguaje positivo. El lenguaje crea realidad, si utilizamos un lenguaje positivo que hable de oportunidades y no de imposibilidades, que deje puertas abiertas en vez de cerrarlas, estaremos generando realidades positivas. De esta manera facilitamos una actitud optimista ante la vida.

Está demostrado que la felicidad es beneficiosa para la adaptación y éxito en todas las facetas de la vida: personal, social, académica, laboral, salud. La felicidad produce más felicidad, así que parece una buena inversión “enseñar” a ser feliz!